sábado, 17 de marzo de 2012

Ansiedad, II


En estos días estoy en Burdeos, Francia. Cuando nos separamos, Bonnie se instaló acá con los chicos. Cada mañana llevo a los chicos al colegio. Después me voy al Grand Café a trabajar. Al mediodía, cuando calculo que Agos, allá en Buenos Aires, se habrá despertado, le mando un mensaje. La extraño, me extraña. Odia esperar, yo odio esperar. Así que nos turnamos para enloquecer. Algunos días, Agos me llama a horas intempestivas y me grita como una japonesa. Yo la otra noche me desperté de madrugada, seguro de que Agos había sido una alucinación feliz, producto de tantos meses de tensión nerviosa, y que yo no tenía ninguna novia en Buenos Aires. Me calmé cuando me atendió una voz adormilada y me dijo: "Amor, chupala. ¿Sabés la hora que es acá?" Yo no podría haber inventado a una mujer que dijera con tanta gracia cosas como "Amor, chupala." Así que estaba todo bien.
A Gabriel ahora le gustan los libros de los pitufos. Fuimos al Virgin y compramos unos cuantos. Yo no sé qué le hicieron a los pitufos. Cuando yo era chico los pitufos eran la reserva moral de occidente. Eran de un conservadurismo tan rancio que daba gusto. Estaba la pitufina, única mujer en un pueblo de varones, venida para sembrar la discordia, creada además por Gargamel, que en las historietas de los pitufos es lo más parecido al diablo. Estaba también esa historia en la que Papá Pitufo se tiene que ir unos días y entonces los pitufos tienen la loca idea de elegir democráticamente a su líder. El resultado, como si a la historia la hubiera escrito Joseph de Maistre, es la demogogia, la tirania, la sedición y la guerra civil. Moraleja: mejor que haya rey. Pero ahora nada que ver. Compramos una historieta bastante pedorra, donde los pitufos se ven invadidos por unos pitufos iguales que ellos, pero más agresivos, que se llaman los pitufos grises. Son algo así como los alemanes vistos por los franceses en 1940. Los pitufos grises bardean a los pitufos normales y amenazan con declararles la guerra. Pero Papá Pitufo dice: No nos armaremos, no debemos volvernos como ellos. "¿Pero qué es esta garcha?", le digo a Gabriel. Estamos leyendo juntos, sentados en el pasto, en la plaza Gambetta. "¿Qué se piensan, que a los pitufos grises los van a vencer tocándoles Muchacha ojos de papel?" Entre los pitufos reaccionarios de antes y estos pitufos hippies, adalides del sueño europeo de un mundo en el que la violencia es abolida sólo porque la declaramos de mal gusto, me quedo con los primeros. Por lo menos sabían lo que querían. Como diría el pitufo gruñón, a mí no me gustan los pitufos mosquitas muertas.

A las doce me llega un mensaje de Flor, de la editorial, diciendo que ya tienen el libro impreso. A las doce y media me llama Andrea, desde Barcelona, para retarme porque me voy a Buenos Aires. Andrea habla castellano como Luca Prodan y es uno de los mejores amigos que tengo. "Pero... Tú eres un garca... A quién le voy a ganar al bishar... A quién voy a derrotar al ping-pong... En fin, cuándo vuelves a Barcelona... Hmm... Grrrf... Ommff..." A menudo, no sé por qué, Andrea se expresa con ruidos guturales.

Yo estoy sintiendo de nuevo el temblor en la rodilla. Tengo ganas de llamar a Agos para asegurarme de que existe.

3 comentarios:

  1. Sabiendo que hay uno que le gustan los libros de los pitufos, me vinieron ganas de cambiarme el nombre. Pero no, que se lo cambie él.

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  2. Gonzalo,

    Todavia recuerdo tu primer post en Boomeran (lo busque pero no esta), un articulo perfecto jugando entre la realidad y la ficcion. Al leer tu nuevo blog me invanden las mismas sensaciones, ese juego de entrar y salir de la realidad, ese: `sera verdad?'...

    Ademas con la libertad de que al ser personal podes escribir lo que quieras y con los argentinismos que te de la gana.

    Un abrazo, te esperamos por Baires.

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  3. Ssssssseeeeeeeeeeee, jajajajajaaaaAAAHHHHH, ...mmmmmmHHH.

    =)

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